domingo, 1 de agosto de 2010

EL MISMO GUERRERO

Hay acciones que por su naturaleza, hacen que tu vida de un giro total. Muchos ya sabrán que el pasado mes de Junio, tras la invitación de una gran amiga, me fui a trabajar a Guerrero. En un principio, desconocía por completo en qué me estaba metiendo y sí, la principal razón por la que acepté el trabajo, fue por el sueldo que iba a recibir y para no aburrirme en vacaciones.


Con sólo una maleta, la esperanza de conocer más de mi país, 8 horas de camino y la compañía de dos amigas que durante un mes, se convirtieron en mi familia, llegué a un pueblito llamado Tlapa de Comonfort, donde apenas comenzaría la aventura. Y me atrevo a llamarla aventura porque después de todo, las experiencias buenas y malas se vuelven aventuras.

Obvio conocen los apoyos que ofrece el gobierno federal; ¿han escuchado hablar del programa “Oportunidades”?, pues en éste es donde estuve laborando y créanme, aunque sé que no conozco mucho del mundo, es una experiencia que marcó mi vida por completo.

Recuerdo una vez haber visto en las noticias, un reportaje sobre la pobreza en Guerrero y haberme conmovido al escuchar que cuando Javier Alatorre preguntó a una señora en qué momento de su vida se había sentido feliz, ella contestara que no sabía lo que era “felicidad”; por eso en cuanto mi jefe nos preguntó en qué zona queríamos estar, inmediatamente contestamos que en la más pobre, porque a eso íbamos, a ayudar. Los primeros dos días de trabajo nos mandó a practicar a pueblos cercanos, donde la gente peca de amabilidad, donde se me olvidó que no me gustaba comer pollo cuando en un lugar llamado Chiepetlán, una señora me ofreció la última pieza que quedaba en su olla de comida; una pata con todo y uñas, que en mi casa hubiese sido motivo de enojo al recibirla, pero ahí consideré como un regalo. Mi mamá siempre dice que las bendiciones de gente que tiene menos que tú, son las que cuentan; yo no creo mucho en bendiciones, pero sí en la humildad y aquella mujer me dio más que su última pieza de pollo; una gran lección.

En el mismo pueblo, me tocó visitar a una señora que acababa de tener a su bebé, ¡en su propia casa! Quizás para muchos esto no sea asombroso, porque antes así se traía a los hijos al mundo, sólo con la ayuda de una partera; pero esto no era lo sorprendente, sino que el doctor y enfermera, fueron sus otros dos hijos; al cuestionar éste hecho, la señora me contó que el día que iba a dar a luz, acudió a la clínica y encontró a la enfermera, pero ésta le dijo que como era Viernes, se tenía que ir a su casa. Porque en lugares como esos, no está permitido enfermarte en fin de semana si quieres recibir atención médica.

Al llegar la noche y reunirme con el resto de mis compañeros en la comisaría, me reí al notar que los barrotes de la cárcel del pueblo, eran cuadrados, esto provocó que un preso pensara que me reía con él y me regresara una sonrisita picarona. Me acerqué a preguntarle por qué estaba ahí y muy quitado de la pena contestó “nomás porque estaba haciendo del baño afuera de la iglesia”; cada minuto que pasaba hablando con don Bacilio, agradecía que siempre he sido muy metiche y el haberme acercado a él. Me pidió que le llevara de contrabando un vaso de mezcal, porque le empezaba a dar cruda, cuando me negué, dijo “nadie te va a ver, lo voy a esconder bien”; recibió un regaño de mi parte, pues le dije “¿a poco no le gustaría estar calientito junto a su mujer, en lugar de estar aquí solo?” y me contestó que tenía razón. Me contó que por encubrir a un tío que asesinó a alguien años atrás en una borrachera, lo habían acusado y encarcelado a él. Luego de una hora de charla, cuando me despedí me dijo “tu nombre me recuerda a mi esposa, porque se llama Alicia y le digo Ali”; casi solté una lagrimita al escuchar eso.


En otro pueblo llamado Tlacuiloya, donde comencé a aprender náhuatl, encontré a una de las personas que más admiré, un señor de aproximadamente 80 años que casi no escuchaba, viudo, solo, con problemas en la columna, en donde la entrevista tuvo que ser gritada; pero qué reconfortante era ver en el rostro del señor una sonrisa como si tuviera todo lo que alguien necesita para ser feliz. Que a pesar de que cuando le pregunté cuántas veces comía al día y me contestara que una, que ese día comería chilaquiles y me mostrara en su mesa cuatro tortillas que alcanzarían para dos días, lo dijera de una forma tan agradecida con la vida, como si más de tres tortillas fueran suficientes y menos de cinco, fueran la cantidad exacta. Porque en lugares como esos, no está permitido tener más de lo que necesitas.

Estaba hasta éste punto, maravillada con mi trabajo, entonces nuestro jefe pensó que estábamos listas para entrar a la sierra, como decía él “donde estaba lo bueno”, separada de mis amigas, porque me mandaron con una brigada de tres niñas desconocidas, a las 6 de la mañana del siguiente día, salimos con dirección a los pueblos más pobres del país.

¡Qué fuerte!, no tenía más palabras para describir lo que veía. La camioneta nos dejó en un lugar llamado San Miguel Amoltepec Viejo; ¿han visto ‘la ley de Herodes’? pues es una ciudad comparada con ese lugar. Cuando llegamos, me acosté afuera de la comisaría para esperar a que apareciera alguien y saltaron sobre mí un montón de pulgas, que hicieron me levantara y sacudiera, cual pirinola. Salieron tres personas; entre ellos el “líder” del pueblo, un hombre ebrio y grosero que nos hablaba en un tono como si por ser mujeres, no mereciéramos ni eso, pero desafortunadamente uno de los únicos que hablaba español, porque la lengua de ahí, era el mixteco. No había luz y nos fue imposible reunir a las familias para explicarles sobre nuestra visita; así que decidimos irnos de ahí porque era un lugar tétrico, con una vibra cargada de miradas de hombres que ni siquiera un saludo nos dirigían. Notamos que en una casa había una ‘fiesta’ y pedimos al señor que nos vendiera comida; eran aproximadamente 20 personas, de las cuales, sólo 3 eran mujeres; una de mis compañeras me dijo “aquí a las mujeres las tienen como las escopetas, cargadas y en una esquina”. Otra niña que entendía un poco mixteco, nos dijo que muchos de los hombres, se burlaban de nosotras, puesto que decían groserías y no entendíamos. Pensé que mientras no entendiera, no me afectaba, pero estaba por venir lo peor; nos sirvieron chilate, es una mezcla de agua con chile, sin condimentos y con carne de chivo. Nunca desprecio la comida y jamás había estado a punto de vomitar en una mesa, pero ese caldo estaba echado a perder; desgraciadamente me vi obligada a terminarlo. A punto de sufrir un ataque de pánico, les rogué que dejáramos ese lugar, aunque tuviéramos que caminar medio día; no exagero al decir que es la peor situación en la que he estado en toda mi vida. Porque en lugares como esos, no está permitido ser respetada, amada y mucho menos divertirte, cuando naces mujer.

Encontramos una camioneta que por $100.00 nos trasladó a San Miguel Amoltepec Nuevo, donde las cosas pintaron un poco mejor; eran ex habitantes del pueblo anterior, pero tras el derrumbe del cerro, habían decidido reconstruir sus casas más cerca de la carretera. Tampoco tuvimos mucha suerte, debido a que se descargaron nuestros dispositivos para hacer entrevistas y sólo pudimos hacer unas tres. Aunque esto no fue impedimento para que me llevara otra gran sorpresa: Cuando pregunté a un muchacho que hablaba un poco de español, si había un nuevo miembro en la familia, me dio el nombre de una joven que supuse era su novia, a lo que contestó “es la esposa de mi papá”; ignorante de sus costumbres, cuestioné su respuesta y me dijo “es la otra esposa de mi papá”. Cuando volteé incrédula a cerciorarme que lo que mis oídos escuchaban era cierto, noté que las dos esposas platicaban entre sí, al más puro estilo ‘europeo recontramodernista’. En muchos lugares, todavía se acostumbra a comprar mujeres o cambiarlas por animales; eres afortunada si tienes 12 o 13 años, después de esa edad, eres quedada y sólo puedes ser ‘segunda mujer’ y ni hablar de 18 años en adelante, porque 10 cartones de cerveza, es lo máximo que dan por ti. Porque en lugares como esos, no está permitido ser celosa con el marido; si él tiene dónde meter a cuantas esposas le plazcan, de la edad que les plazca, tú sumisa y abnegada ante esa decisión o cualquier otra.


Sólo una casa en el pueblo tenía baño y favorablemente, la dueña nos ofreció posada; me dejaron sola en un cuarto sin luz y ésta fue la primera noche que pasé llorando, extrañaba cualquier mínima comodidad y estaba en medio de esa pobreza que desespera y te hace querer hacer algo. Al amanecer, ofrecimos un trato a la señora, le daríamos dinero para que nos hiciera chilate de pollo, a cambio de que su familia también podría comer de ahí. ¡Jamás me imaginé ver caminando a mi comida segundos antes de ingerirla! Mientras se cocinaba la carne, me ofrecí a peinar a las hijas de la señora, no imagino cuándo había sido la última vez que un cepillo pasaba por su cabello, pero siempre me acordaré de la satisfacción en las caras de Alondra y Alejandra, cuando se iban a la escuela con sus trencitas. En el recreo, permiten a los niños ir a comer a casa, así que cuando llegaron las niñas, me enseñaron a preguntar cosas en mixteco.

Otra cosa que aprecié, fue que el 80% de los niños de la escuela, iban sin zapatos; estábamos como a 10 grados centígrados y ellos pisaban el lodo y las piedras con sus piecitos descalzos. Me pasaban por la mente todos esos zapatos que cuando pasan de moda, tiramos; era frustrante no poder sacar el dinero que traía en la bolsa y regalarlo, porque no teníamos permitido mostrar asombro ni emociones ante las personas, dado a que se podía malinterpretar como una ofensa.

Salimos de ahí, encontramos una camioneta donde transportan a los animales, que nos llevó hasta la cabecera municipal; citando al famoso canaca “¡me trasladaron como puerco!”. Mientras mis compañeras iban a buscar un teléfono para llamar a alguien que nos recogiera, me quedé sentada en la entrada de la presidencia de Cochoapa. Siempre he querido mucho a mi amiga Brenda, pero cuando alcé la vista y la vi bajar de la camioneta de Sedesol, corrí a abrazarla y solté en llanto; creo que era emoción por verla, o tal vez un llanto de miedo que me había aguantado. No encontramos a ninguna autoridad, pues ese día, el gobernador de Guerrero inauguraría una carretera y toda la gente volcaría su atención a su visita. Porque en lugares como esos, los gobernadores que llegan en helicóptero, valen más que los asuntos de la gente que camina sin zapatos.

Luego de que el jefe vio nuestras caras al regresar a la oficina, concluyó que lo más acertado era cambiarnos a una zona más tranquila. Un compañero me platicó que la gente no era mala, sino que sus actitudes son costumbres que se dividen por culturas; existen cuatro diferentes en el estado: Náhuatl, Mixteco, Tlapaneco y Amusgo. Ya había diferenciado la forma de ser entre las dos primeras y me faltaban por conocer dos más. Desafortunadamente, los Amusgos se encuentran en la costa sur, ya casi en Oaxaca y hasta esa zona no llegamos.


Vino Lomazóyatl, lugar de mixtecos, pero de mente más abierta debido a la cercanía con carretera. La traductora que me ayudó, tenía la misma edad que yo y sin embargo ya tenía hijos. Ésta parte me emociona contarla y es que mientras entrevistaba a una ancianita, la fecha en su acta de nacimiento hizo bailar a mi corazón: ¡Noviembre de 1910! Claro que la felicité y me auto invité al festejo bicentenario. Porque a pesar de tener cien años a cuestas, la señora de lo más coqueta, combinada en su vestido y siempre sonriendo.

Era el turno de pueblos náhuatl; aquí conocí a una señora que además de regalarme un plato de exquisitos quelites, me enseñó a pronunciar bien el náhuatl y a diferenciarlo de los otros dialectos. También me contó que dejó la escuela en cuarto grado de primaria, para casarse; le pregunté si quería hacerlo o había sido arreglo y me dijo “yo si me quise casar, a la que vendieron fue a mi prima”. En un pueblo más adelante, encontramos a unos niños jugando con una bicicleta fabricada por ellos mismos. Y como ésta, muchas historias más.

Los siguientes pueblos que visitamos, fueron Tlapanecos. Las personas no son tan amables como los náhuatls, ni tan cerrados como los mixtecos; más bien son reservados. No logro precisar los nombres de todos los pueblos, pero me parece que el municipio se llamaba Atlixtac, llegamos a un lugar donde el rio dividía a las familias, que no se querían por cuestiones de tierras, así que era San Pedro Norte y San Pedro Sur. La única vía de acceso al siguiente poblado, era una carretera que parecía estar hecha de chocolate; la camioneta patinaba y al lado de nosotros el barranco que para Omar, nuestro chofer, no era gran cosa, por lo que nos obligó a subir piedras y saltar en la caja de la camioneta mientras a toda velocidad aceleraba para subir la colina. En un volanteo se agitó tanto que casi caemos y después de tantas peripecias, pudimos llegar hasta un punto cercano y así caminar poco para encontrar al comisario. Lo relevante aquí fue la noche que pasamos en la comisaría; cenando sopa instantánea y refresco, tendiendo las cobijas que las señoras nos prestaron, para no sentir tan frio el suelo y sorprendiéndonos de nuestro ahora amigo Omar, que sin chistar, ¡se bañó afuera, sobre el pasto, con agua helada! Luego resultó que él era el sorprendido, pues dijo que jamás había conocido a mujeres tan sucias como nosotras, que llevábamos días sin bañarnos y no pensábamos hacerlo; pero como decía mi abuelo “de mugre no me he de morir, de frio sí”. Terminamos satisfactoriamente la visita al lugar, obvio llevándome como conocimiento algunas frases en tlapaneco y la carita de Antonio, un niño con quien hice un buen trueque: yo le di mis galletas y él me dio una excepcional sonrisa chimuela.

Para terminar, visitamos pueblos donde hablaban español y en uno de ellos, la esposa del comisario nos platicó que la escuela estaba cerrada porque habían acusado al maestro que no daba clases y así, sin más, dejó de presentarse a trabajar; sin entregar papeles a los niños, por ende, los que querían seguir estudiando en la Secundaria, se iban a tener que esperar un año más, claro, si no antes decidían irse de mojados o casarse. Porque en lugares como esos, la educación no es un derecho, es un lujo que no cualquiera puede darse por demasiado tiempo.


Y de ésta forma terminó mi intrépido trabajo de verano.

Por supuesto me faltan demasiados nombres, pero me es imposible memorizar todo. Cada una de las tres amigas que hicimos el viaje, aprendimos algo; Monse no se comía la orilla de la tortilla y ahora no deja ni un solo trozo de ésta; Brenda aprendió a no sentir tanto asco por las cucarachas y a no gritar tan fuerte cuando se baña con agua fría; yo aprendí algo más allá de lo que se puede ver. Era una persona que no creía ni pizca de lo que dice el gobierno, que obviamente me conmovía ante la pobreza, pero jamás había tenido la convicción tan grande de hacer algo. Si de algo me pude dar cuenta, es que los programas de ayuda social están, son bastante buenos; pero estoy irrefutablemente convencida de que nosotros como beneficiarios hacemos mal manejo de ellos, porque recibimos un apoyo y lo tomamos como un pilar. Dicen que “Cualquier sistema que quita la responsabilidad de la gente, la deshumaniza”, yo pienso que no es así; creo que si tienes un incentivo, es para mejorar tus condiciones y no para conformarte. Analizando sólo “Oportunidades”, el 40% de las personas que lo reciben, no lo necesita, pues es gastado en ropa, electrodomésticos, o lo que es peor, cerveza; eso es causa de que se usen recursos que bien podrían ser utilizados en otros ámbitos. Pero está también la otra parte que si necesita, las familias que sobreviven con $100.00 al mes, los niños que andan desnudos porque no tienen para comprar ropa, las señoras que de alguna extraña manera, hacen rendir lo poquito que reciben y mandan a sus hijos a la escuela, tienen una casa limpia, porque saben que la pobreza no tiene nada que ver con el descuido; creo que por ellas, valen la pena éste tipo de programas.

El haber vivido de cerca el México real; reconocer los contrastes como estar a tan sólo 5 horas de un lugar turístico donde se mueve tanto dinero; convivir con personas que te enseñan que lo que es tan cotidiano para ti, para ellos es un acontecimiento, como ir a la ciudad, ver la televisión, comer carne, ir a la escuela, estrenar zapatos… O simplemente amar; ¡no tiene comparación!

Y si bien mi viaje no cambia nada en el curso del mundo, por lo menos si en el curso de mi vida; porque lo mejor que puedes hacer por los demás, es respetando; a tu familia, el espacio donde vives, donde trabajas, al amigo que siempre está ahí, las ideas de los demás, pero sobretodo a ti mismo. Porque respetar implica no robarle al que no tiene, ni al que tiene; implica que te apasione lo que haces; implica soñar aunque se vea imposible; implica simplemente disfrutar cada instante, porque hasta que te encuentras en situaciones tan significantes, aprendes a valorar y amar las cosas más insignificantes.